miércoles, 10 de octubre de 2007

La niña II

“Su padre dice que la niña, ya está grande para ir y venir sola del colegio”.

... Después de almuerzo, en la tarde, se iba la niña a su jornada escolar. Siempre la misma ruta... incambiable, puesto que se la había enseñado su padre y su abuelo. Ninguna otra conocía. Sus 8 años no le permitían imaginar otros caminos.

Siete cuadras conformaban el trayecto. Salía de su casa, caminaba derecho, atravesaba una plaza en diagonal, otra cuadra en línea recta, una a la derecha y volvía a doblar, pero al doblar la esquina...

La calle dibujaba la silueta de varios árboles. Los que mirados desde el centro, parecían juntarse y entremezclar el colorido de sus flores. Alguien los plantó así a propósito, intercalándolos uno al lado del otro, para que en tiempos de floración, aparecieran primero las flores blancas, luego las rosadas.

Asomaban en sus tallos tímidas y sencillas flores blancas, pálidas y frágiles que el viento amenazaba en arrancar a la más leve brisa: Los Ciruelos. A su lado, arrogantes y seguros... brotaban arrepolladas en racimos dobles, grandes, rosadas e imponentes: Los Duraznos. Era una lucha entre ellos por cautivar a los caminantes con la hermosura de sus flores.

...Al doblar la esquina, la niña se encontraba con aquel paisaje. Espontáneamente brotaban sonrisas en su boca. Al caminar, paseaba su mirada del ciruelo al durazno, del durazno al ciruelo. Casi no miraba lo que pisaba, embelesada con la vista que le ofrecían aquellos árboles ambiciosos. Esa belleza la hacía detenerse un rato y así, mirando hacia lo alto, cerraba sus ojos e inhalaba la fragancia, intentando retenerla en sus pulmones.

Los aromas llamaban su atención. Y abriendo y cerrando los ojos, inhalando y exhalando, se embriagaba de aquella particular fragancia. Así, todos los días demoraba un poco el camino, para dejarse llevar por aquellos árboles mágicos que la hacían soñar.

A las seis y media, salía del colegio. El trayecto de vuelta ya no lo hacía en solitario. Una compañera de curso acompañaba sus pasos.

Las tardes de invierno, eran oscuras. Las calles solitarias y las dos niñas, apuraban el paso para llegar pronto a sus hogares.

Un día caminando distraídamente, las sorprendió una turba de muchachos (3 o 4), probablemente de su edad. Estaban escondidos tras los árboles que ella tanto amaba. Ellas, no los vieron, cuando de pronto se vieron rodeadas por ellos. Asustadas, sin saber los motivos de tal asalto.

Los niños las arrinconaron hacia una de las paredes. Se reían al verlas acorraladas y como algo premeditado entre ellos, comenzaron a besarlas, besos cortos, inofensivos en sus mejillas, en sus frentes, pero no en sus labios.

La niña nunca había sido besada por niños de su misma edad... estaba aterrada, el miedo, una vez más le dio fuerzas para desprenderse de sus captores y correr salvando el pellejo. Su compañera hizo lo mismo y juntas doblaron la esquina y perdieron a los traviesos muchachos.

Las tardes siguientes cuando se acercaban al lugar aquel, ambas echaban a correr, y corriendo atravesaban aquella calle, hasta que se sentían a salvo, doblando la esquina. Este episodio de asalto, no volvió a repetirse. Pero ella tampoco volvió a sentir el disfrute de los árboles, ellos fueron los únicos testigos mudos de lo que había vivido, y ella los culpó por eso, por haber escondido tras sus troncos a esos salvajes.

Afortunadamente, la memoria es frágil, y aquellos episodios infantiles se borraron, quedando sólo pequeños relámpagos de lo acontecido.

10 comentarios:

L.A. Rojas dijo...

Nuevamente he quedado sorprendido con el relato.
Igual que uno anterior, no esperaba tal desenlace y bueno, el ser humano es un ente condicionado que pese a todo, rara vez aprende rápido.
¿Culpar a los árboles? Creo que no es del todo descabellado.

Saludos!!

Meigo, aprendiz de Druida dijo...

Agustina, es imposible olvidarse de ti. Me he tomado un tiempo sin escribir, pero no deje de leeros. Me alegro que tu no te olvidases de mi blog.
La memoria nos protege mas de lo que imaginamos. El olvido diario pero el recuerdo en el instante preciso. Eilgxegs una de nuestras mejores armas. Precioso tu relato, triste, como la vida, pero lleno de espranza, como la vida.
Mil besos mil rosas y mi copa de vino tinto por ti.

TORO SALVAJE dijo...

No sé si es cierto o no, pero pudiera serlo, y ese miedo en el corazón de las niñas... duele.

Besos.

Claudia-Reikista dijo...

Me cuesta imaginar a niños de 8 años arrinconando una niñita para besarla, si a esa edad solo les da por molestarse.

Recomenzar dijo...

hermoso texto..no te pierdas. te beso

Aggressor dijo...

que excelente narracion... estaba metidisimo con que les habria pasado... mata el suspenso... por suerte que fue poco...


besos!

Viv. dijo...

Recuerdo cuando escribiste que en este espacio leeríamos sucesos reales pincelados con tintes de tu imaginación -quizá lo escribiste con otras palabras- y ese anuncio me cautivó.
Nuestros recuerdos infantiles suelen retener lo dulce, aquello de lo que difícilmente querríamos desprendernos. Si existieron momentos poco felices que nos marcaron es buena esta suerte de catarsis que significa desahogarse en el blog.
Ayuda, nos ayuda a todos.

Abrazo, linda!

Recomenzar dijo...

Bello relato cada dia escribes mejor

Luis Seguel Vorpahl dijo...

El óxido de la memoria a veces no salva de torturas eternas. Buen texto, Saludos

TEA CUP CLUB dijo...

Un relato muy triste por la inocencia de las ninas, me encanto el relato.

Veronica